En voz baja, sin cámaras ni flashes, Julieta Prandi se sentó frente al tribunal y dijo lo que durante años eligió callar. “Si me mataba me hacía un favor”. La frase —dicha sin dramatismo, pero con una carga imposible de ignorar— resonó en la sala de audiencias de Campana como un golpe seco. Era el testimonio central en el juicio por abuso sexual agravado contra su expareja, Claudio Contardi.
Prandi, actriz y modelo, relató durante su declaración judicial los años de violencia que atravesó en silencio. Habló de amenazas, maltrato psicológico y abusos. “Era un infierno”, dijo. “Yo ya estaba anestesiada en vida. Me daba todo lo mismo”.
El tribunal accedió al pedido de su abogado, Javier Baños, de colocar un biombo para impedir el contacto visual entre víctima y acusado. “Sería una locura que lo mire a los ojos”, justificó. “Solicité expresamente que no haya contacto visual. Ese hombre la martirizó”.
Del otro lado, la defensa de Contardi insistió en que las relaciones fueron consentidas y pidió que la causa se derive a juicio por jurados populares. Sus abogados, Nicolás y Tomás Nitzcamer, plantearon una nulidad del proceso actual. Para Baños, se trata de “una maniobra dilatoria”, parte de una estrategia que —según denunció— busca retrasar el avance del juicio con recursos técnicos.
El testimonio de Prandi no incluyó cámaras ni cobertura en vivo. Pero lo que se dijo allí no necesita espectáculo. Lo que impacta no es lo dicho, sino lo vivido. “Si me mataba me hacía un favor” no es una frase para titulares. Es el resultado de una violencia persistente, íntima, que durante años fue tolerada o ignorada.
El juicio sigue. El proceso es largo. Pero el silencio se quebró. Y esa es una forma —dolorosa, imperfecta— de justicia.