Un nuevo homicidio volvió a sacudir la noche santafesina. Ignacio Demian Espíndola, de 20 años, fue asesinado a balazos alrededor de las 23 del domingo en el ingreso al paraje La Boca, en el distrito costero de Alto Verde, una de las áreas más postergadas de la capital provincial.
Según los primeros informes policiales, Espíndola fue atacado por dos hombres que se desplazaban en moto, quienes lo persiguieron por el puente de acceso y le dispararon varias veces. Los impactos alcanzaron principalmente la cabeza. Cuando el personal de emergencias llegó, el joven ya no presentaba signos vitales. Su familia retiró el cuerpo por sus propios medios y lo llevó al dispensario Demetrio Gómez, donde se constató el fallecimiento.
El fiscal Estanislao Giavedoni dispuso la intervención del área de homicidios de la Policía de Investigaciones (PDI), que realizó peritajes en la escena y tomó declaración a testigos. Uno de ellos, amigo de la víctima, confirmó que los agresores huyeron en dirección contraria hacia la zona del puente, sin mediar palabras. Hasta el momento no hay detenidos ni armas secuestradas.
El crimen vuelve a poner en foco la violencia sostenida en los márgenes urbanos. En Alto Verde, donde las calles de arena se mezclan con los pasillos y las zonas inundables, los enfrentamientos armados se repiten sobre un mismo mapa: jóvenes sin horizonte, armas fáciles y un territorio que combina carencias estructurales con economías ilegales.
La investigación buscará establecer si se trató de un ajuste o de un conflicto local. Pero más allá del móvil, la muerte de Espíndola deja una marca conocida: la de una ciudad que convive con la fragmentación territorial y la falta de presencia estatal en los bordes donde todo se vuelve difuso, incluso el límite entre la vida y la muerte.
