Coronel Rodríguez
En la soledad de la llanura rural Santafecina, a orilla del polvoriento camino se esparce un puñado de viviendas frente a una vieja estación de ferrocarril sin vida, cuyos rieles han extirpado. Fue un pujante paraje llenó de futuro y vida que el tiempo diluyó, convirtiéndolo en un callado paraje, casi fantasmal, dependiente de San Carlos Centro, Santa Fe, distante unos 12 km en el departamento Las Colonias. Su nombre, Coronel Rodríguez, nombre pintoresco que al niño lleva a imaginar mil historias mientras sus ojos atraviesan el vidrio del automóvil y se pierden en la nada.
En los primeros tiempos el Coronel Pedro Rodríguez del Fresno, toma posesión de las tierras al oeste de la vieja provincia, en territorio de malones, corriendo las fronteras. Un militar muy activo participe de innumerables batallas para salvo proteger a su provincia. Cuando los tiempos conflictivos se disipan, a finales del siglo XIX el ferrocarril central argentino (FCCA) atraviesa aquellas que eran sus tierras. Su hija, doña Esmeralda Rodríguez de Galisteo, dona una parcela para la construcción de la estación pidiendo se nombre “Estación Coronel Rodríguez” en homenaje a su ancestro.
Fue esta imponente estación el motor de crecimiento de la colonia, cuyo nombre heredó. En su entorno emergieron tímidas, hogares, comercio, bares, escuela, una oficina de correo, una cremería y la capilla San Luis. Las personas llegaban desde todos los puntos cardinales para tomar el tren, en busca de alguna mercadería o para enviar la suya. Mientras tantos esperaban en uno de los tres boliches del lugar. Pero el tiempo cambio, el tren jamás regresó, y los habitantes se fueron con él. Hoy apenas dos o tres familias habitan en el pequeño pueblito. La cremería hace tiempo dejo de recibir el líquido que le daba vida, y los boliches callaron su bullicio. Ya nadie toca la verdulera o la guitarra, ni juegas a las cartas o intercambian historias. Uno de los tres ha caído víctima del tiempo como algunos hogares.
Las inolvidables fiestas en la colonia, hoy son un eco espectral que vive en recuerdo de aquellos que participaban. Según dicen, en la pequeña capilla San Luis que hoy protege a duras penas una vecina, se oficiaban misas, se bautizaban los nuevos habitantes o se casaban las parejas. Los festejos se llevaban al aire libre fuera de ella, o frente a la estación de tren. Solo su centenaria escuela sigue con la honorable misión de educar a los nuevos argentinos, escuela que sufrió el azote de un tornado y debió funcionar en la estación de tren mientras se reconstruía.
El paraje fue pisado por un despiadado progreso y hoy sus construcciones observan al errante viajero, temerosas por su destino ocultas algunas entre la maleza. Pero no se rinden. Reflejan el espíritu de aquel cuyo nombre heredaron, resistieron al tiempo, la furia del clima y al progreso. Hoy esperan esa segunda oportunidad, ese naipe ganador que el destino guarda en su manga.