La advertencia llegó esta semana desde la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), pero ya se percibe en los centros comerciales vacíos, en las naves industriales con ritmo reducido y en los locales cerrados que cambian de cartel antes de cumplir un año. El deterioro del tejido productivo argentino avanza con velocidad, arrastrado por el alza de costos, el estancamiento del consumo y la falta de señales claras para sostener la inversión.
“Los costos subieron 25% en muy poco tiempo, sobre todo por las tarifas. Y como cae la producción, los costos fijos pesan más. Así no se puede sostener”, explicó Salvador Femenia, secretario de Prensa de CAME. La frase condensa el diagnóstico de miles de pequeñas y medianas empresas que hoy enfrentan un escenario cada vez más estrecho: producir cuesta más, vender cuesta más, sobrevivir cuesta cada día más.
El problema no es solo financiero, sino estructural. Con un mercado interno retraído, pocas herramientas de crédito accesible y costos operativos que escalan más rápido que la facturación, muchas pymes enfrentan la posibilidad concreta del cierre o del achicamiento. A eso se suma un entorno regulatorio incierto, donde las promesas de desregulación no alcanzan a compensar la falta de certezas inmediatas para quienes deben tomar decisiones a diario.
La salida de empresas multinacionales —unas 80 en los últimos años, según relevamientos privados— no hace más que reforzar la tendencia. “Algunas se van por decisiones regionales, pero la mayoría lo hace porque la ecuación argentina dejó de cerrar”, remarcó Femenia. Entre las principales razones: la imposibilidad de girar dividendos al exterior, la caída sostenida de márgenes y una presión impositiva sin alivio.
Este clima de inestabilidad impacta especialmente en los emprendimientos más pequeños y frágiles. Según el vocero de CAME, en las últimas semanas se multiplicaron los cierres de proyectos impulsados por jóvenes emprendedores, quienes apostaron sus ahorros y energías a un mercado que hoy no les ofrece condiciones mínimas para sostenerse. “Muchos contaron en redes cómo arrancaron con todo el entusiasmo y hoy están bajando la persiana. Es muy difícil generar futuro si al que emprende lo tratás como a una gran empresa, sin ningún respaldo ni diferencial”, sostuvo Femenia.
A la falta de crédito se suma otro dato estructural: no hay consumo. El retraimiento del poder adquisitivo se combina con una inflación que erosiona toda planificación posible. Incluso quienes logran vender, lo hacen con márgenes que no alcanzan a cubrir el aumento de insumos, alquileres, servicios o logística. La cadena de valor se tensiona hasta el límite, y quienes quedan en el medio—productores, distribuidores, comerciantes—absorben los golpes sin red.
La promesa oficial de levantar el cepo el próximo año aparece en el horizonte como una eventual válvula de oxígeno. Pero, mientras tanto, las decisiones se toman hoy. Y hoy, lo que predomina es el desconcierto. La inversión se frena, el capital se inmoviliza, y el riesgo país no es solo un índice: es una percepción cotidiana entre quienes deben apostar todos los días a seguir abriendo la persiana.
Lo que está en juego no es solo el presente productivo. Es también la expectativa de futuro. Si el clima de negocios no cambia, si las señales siguen siendo difusas y si las herramientas concretas siguen sin aparecer, lo que se erosiona no es solamente la rentabilidad: es la voluntad de hacer. Y en un país sin pymes vivas, sin emprendedores con horizonte y sin consumidores con poder real, la recuperación será más que lenta: será incierta.