Textiles en rojo: una caída que desnuda el retroceso industrial

El derrumbe del sector textil argentino volvió a marcar en agosto un nuevo piso en la producción industrial. Según la Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA), la actividad cayó 18,1 % interanual, más de cuatro veces por encima del promedio general de la industria. La capacidad instalada ronda el 41,5 %, una cifra que refleja el nivel de parálisis en fábricas que hace un año trabajaban al 50 %.

El golpe no es sólo productivo: en los últimos doce meses se perdieron alrededor de 5 000 empleos formales, y el total de trabajadores registrados en los rubros textil, confección, cuero y calzado descendió a 108 000. Desde febrero de 2024, la curva laboral no dejó de caer.

El deterioro se explica por la combinación de tres factores: un consumo interno retraído, altos costos financieros y una apertura comercial que incrementó las importaciones en 119 % durante el último año. En contraste, las exportaciones del rubro se redujeron 12 %. La ecuación deja a los fabricantes locales en clara desventaja frente a productos terminados que llegan del exterior con menores costos.

A diferencia de otros sectores industriales, los textiles no lograron trasladar los aumentos de costos a precios. En septiembre, los productos del rubro subieron apenas 19,7 % interanual, frente a una inflación general del 31,8 %. Esa brecha erosiona márgenes y acelera la pérdida de capital de trabajo, sobre todo entre pequeñas y medianas empresas.

La provincia de Santa Fe, que concentra polos textiles en Rosario, Pérez y Venado Tuerto, es una de las más afectadas por la contracción. Los talleres y plantas que resistieron durante la pandemia hoy enfrentan un panorama más incierto: caída de pedidos, demoras en pagos y un mercado interno que no reacciona.

“Más de la mitad de la capacidad productiva del sector está ociosa”, sintetizó Celina Peña, gerente general de FITA. Su diagnóstico apunta a un punto de inflexión: si no se frena la pérdida de empleos ni se restablece el crédito productivo, la reactivación del sector será mucho más lenta que la del promedio industrial.

El retroceso textil no sólo implica pérdida de puestos de trabajo, sino también de saberes acumulados. En muchas localidades, la industria de la confección fue durante décadas una fuente de empleo femenino y familiar. La contracción actual amenaza con romper ese entramado de oficios y cooperativas que sostenía a decenas de comunidades.

En un país donde la producción textil fue sinónimo de trabajo y movilidad social, su caída funciona como termómetro del cambio de época: la industria nacional, sin estímulo ni demanda, vuelve a quedar en pausa. Y en ese silencio fabril se mide, una vez más, el costo social de las políticas económicas que apuestan al ajuste por sobre la producción.

 

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