La deplorable situación vivida en la Escuela Nº 429 Mario R. Vecchioli en la que una alumna insultó con una grosería enorme y actitud desafiante a la profesora que intentaba hacerle cumplir la regla de la prohibición de utilizar celulares en el transcurso de una clase, evidencia el grado de deterioro de nuestra educación.
Si deplorable fue la actitud de la alumna (falsamente calificada como «muy buena» ¿qué se entiende por ser «buena alumna»? ¿Simplemente sacar buenas notas?), más deplorable aún fue la actitud que asumió el cuerpo directivo de dicho establecimiento, cuyos nombres no figuran en el comunicado que emitieron, aunque Rafaela bien sabe de quiénes se tratan.
Con un lenguaje críptico, que hace alarde de un tecnicismo vacuo, pretendió indirectamente justificar la actitud del Colegio y de la alumna. Justificar lo injustificable.
Es inadmisible que se pretenda relativizar el episodio. Dicho comunicado no hace referencia a alguna medida disciplinaria a aplicar a la alumna. Ni surge del mismo ningún apoyo explícito a la docente agredida.
Es un hecho común, fácilmente demostrable, y de ello dan cuenta muchos docentes que no se atreven a hablar para defender su puesto de trabajo, que las agresiones de los alumnos hacia los docentes son cosa de todos los días, y que los directivos escolares, y la Regional de Educación con sede en Rafaela, nada hacen para poner coto y sancionar a los responsables.
Se ha perdido por completo el principio de autoridad. Se confunde autoridad con autoritarismo. Se confunde «diálogo y contextualización» con disciplina y respeto.
Y así va nuestra educación. A los tumbos. Con magros resultados en los exámenes internacionales (PISA, etc.). Qusiéramos ver a Sarmiento levantarse de su tumba y ver qué haría con este modelo educativo, falsamente «inclusivo», permisivo hasta el extremo, siempre que no se pliegue la escuela, a través de directivos trasnochados, en esa alianza pérfida que ha hecho desastres con nuestra educación pública.
