Mientras el gobierno provincial multiplica anuncios de actividades, fiestas y eventos de verano, la evaluación social ocurre en otro plano. La gente no mide la gestión por la grilla cultural ni por la agenda recreativa. La mide por si el Estado funciona cuando más se lo exige.
No es una discusión ideológica. Es una jerarquía práctica.
Los eventos comunican normalidad.
La infraestructura comunica capacidad.
Y en contextos de calor extremo, la capacidad pesa más que cualquier celebración.
El verano convierte a la infraestructura en experiencia inmediata. La red eléctrica, el sistema de salud, el agua y el transporte dejan de ser un telón de fondo y pasan al centro de la escena. No por interés técnico, sino porque de su continuidad depende atravesar el día sin que todo se vuelva cuesta arriba.
En ese escenario, la ciudadanía no evalúa planes ni explicaciones posteriores. Evalúa continuidad bajo presión. Si hay luz cuando todos consumen al mismo tiempo. Si una guardia responde cuando se llena. Si el agua sale cuando más se la necesita. Si el transporte sostiene el ritmo cuando el cansancio se acumula.
Ahí se juega el verdadero examen político del verano.
El gobierno comunica desde la capacidad instalada: obras, dispositivos, protocolos, despliegues. La sociedad evalúa otra cosa: capacidad sostenida. Esa diferencia de planos explica por qué muchos anuncios no conectan. No fallan por exceso, sino por desorden de prioridades simbólicas.
Cuando la conversación social gira en torno a si el sistema aguanta, poner en primer plano la agenda festiva produce un ruido innecesario. No porque el esparcimiento no importe, sino porque llega después. Primero tiene que funcionar lo esencial. Si eso está en duda, todo lo demás pierde legitimidad comunicacional.
El error estratégico no es organizar eventos. Es hablar de celebración cuando la experiencia cotidiana está marcada por la tensión. En verano, la expectativa dominante no es la alegría: es la previsibilidad. La gente no pide fiesta; pide que no falle lo básico.
Cada interrupción, cada demora, cada respuesta tardía pesa más que en cualquier otro momento del año. No por su gravedad aislada, sino por su efecto acumulado. El verano no genera grandes crisis políticas: genera microevaluaciones diarias que van sumando o restando crédito.
Si la infraestructura responde, los anuncios acompañan.
Si la infraestructura duda, los anuncios molestan.
Esa es la regla silenciosa del verano. Y es ahí, más que en cualquier escenario o festival, donde se pone a prueba la autoridad real del Estado provincial.


