El anuncio de 220 despidos en Whirlpool terminó funcionando como catalizador de un diagnóstico que el sector venía insinuando desde hace meses: la industria argentina atraviesa un retroceso que no encuentra piso y Santa Fe, con su entramado productivo altamente integrado, empieza a sentirlo de manera directa. El recorte no solo activó alarmas, sino que ordenó la discusión pública sobre qué tan preparado está el sistema fabril para enfrentar un nuevo ciclo de apertura y baja de consumo.
La advertencia afecta a miles de empleos y a más de 30 mil empresas que conforman la estructura industrial santafesina. La provincia depende en gran medida de la estabilidad de cadenas de valor nacionales y de la demanda interna, por lo que cada movimiento en firmas de alcance federal repercute de manera amplificada en talleres, proveedores, metalúrgicas, plásticas, autopartistas y pymes que hoy operan con niveles de actividad en retroceso.
La Federación Industrial de Santa Fe tomó el episodio como un síntoma de un problema más profundo. Su secretario, Walter Andreozzi, vinculó la situación a dos factores que se reforzaron mutuamente: caída sostenida de consumo y un esquema de importaciones que presiona por precio y variedad. En esa tensión, advirtió, las empresas provinciales enfrentan costos altos, dificultades logísticas y una estructura impositiva que reduce margen competitivo. El contraste con productos que ingresan a valores inferiores terminó convirtiéndose en un punto central del reclamo.
El escenario político tampoco ofrece señales de alivio inmediato. Para FISFE, la continuidad del rumbo económico y un proceso electoral que no alteró las expectativas de corto plazo consolidan la proyección de dos años difíciles para la industria. La inquietud crece ante la posibilidad de que la sustitución de fabricación local por bienes importados se acelere y derive en un cambio de cartera que modifique de manera estructural las líneas de producción.
En Santa Fe, donde la industria opera como motor económico, la combinación de menor demanda y apertura comercial amenaza con profundizar la caída del empleo y erosionar capacidades instaladas que llevan décadas de desarrollo. El desafío, advierten empresarios y técnicos, será sostener competitividad y preservar puestos de trabajo en un ciclo que exige respuestas rápidas y políticas de contención para evitar que la coyuntura derive en un retroceso duradero.


