Santo Tomé decidió poner en voz alta una pregunta que muchas ciudades postergan: cómo quiere crecer en los próximos años. No se trata sólo de edificios, alturas o trazas viales, sino de definir un modelo de ciudad en una ribera que sigue siendo de techos bajos, mientras la presión inmobiliaria y las obras de infraestructura empujan hacia un cambio de escala.
El punto de partida es concreto: la reforma del Plan Director Urbano, la herramienta que desde 1979 ordena —con éxito relativo y parches acumulados— el desarrollo del suelo santotomesino. Para revisar esa norma, el municipio convocó a un ciclo de charlas abiertas que se realizará los jueves 20 y 27 de noviembre y el 4 de diciembre, a las 19, en la Vieja Usina de Rivadavia 1660. La invitación alcanza a vecinos, instituciones, profesionales y organizaciones que quieran aportar diagnósticos y propuestas sobre cómo se habita y se usará el territorio en las próximas décadas.
Una norma de otra ciudad
El Plan Director vigente nació en los últimos años de la dictadura, cuando Santo Tomé tenía menos de la mitad de su población actual y un perfil mucho más homogéneo. Era, sobre todo, una ciudad residencial junto al Salado, con barrios históricos pegados a la costa y una expansión moderada hacia el sur y el oeste. Cuatro décadas después, el mapa es otro: nuevos loteos, countries, áreas industriales, barrios que avanzan sobre antiguas quintas y una integración creciente al corredor metropolitano que comparte con Santa Fe.
En ese contexto, una normativa pensada para un tejido compacto y previsible quedó corta frente a fenómenos que entonces no estaban en el radar: el crecimiento hacia zonas inundables, la aparición de urbanizaciones cerradas, la presión sobre los accesos viales y la necesidad de proteger ambientes frágiles sin frenar la actividad productiva. El resultado es conocido en la vida cotidiana: calles deterioradas, desagües que no alcanzan, servicios que llegan con retraso y discusiones permanentes sobre qué se puede construir y dónde.
Countries, puente y servicios: los nudos del debate
La agenda que se abre en la Vieja Usina tiene tres grandes ejes. El primero es la expansión residencial hacia la zona de countries y nuevos barrios en el sur y el oeste de la ciudad. Allí se juega no sólo el perfil urbano —ciudad de casas bajas o densificación controlada—, sino también la diferencia entre una mancha que se estira sin respaldo de obras y un crecimiento con infraestructura planificada desde el inicio.
El segundo nudo es la red vial y el drenaje pluvial. El estado de muchas calles, los anegamientos recurrentes y la ausencia de obras estructurales de largo plazo muestran que el sistema actual está exigido al límite. Definir prioridades, escalonar inversiones y coordinar obras con la provincia será parte de la discusión si se quiere que el nuevo Plan Director sea algo más que un catálogo de buenas intenciones.
El tercer componente es metropolitano: el futuro puente Santo Tomé–Santa Fe, ya en marcha, cambiará para siempre los flujos de tránsito y la relación entre ambas orillas del Salado. El desafío es que esa obra no sólo mejore los tiempos de viaje, sino que ordene el acceso, minimice impactos ambientales y evite que la zona de influencia se convierta en un corredor de servicios improvisado a ambos lados de la traza.
Una ciudad que creció antes de pensarse
La historia santotomesina ayuda a entender por qué este debate llega tarde, pero todavía a tiempo. El pueblo nació sin fundación formal y se consolidó con la fuerza de los caminos, los puentes y el ferrocarril más que con grandes decisiones de escritorio. Primero fue la ribera y la plaza; después, los barrios que se multiplicaron cerca de las vías y del viejo camino al Rosario, hoy avenidas 7 de Marzo y Luján.
Durante gran parte del siglo XX, el crecimiento fue guiado por la iniciativa privada y la capacidad de las familias para ocupar el suelo disponible. La planificación urbana acompañó como pudo ese proceso, con regulaciones que se adaptaban a un ritmo de expansión más lento y a una ciudad donde las tensiones entre hábitat, producción y ambiente eran menos visibles. El salto demográfico de las últimas décadas, sumado a la integración plena al Gran Santa Fe, dejó al descubierto que aquellas reglas ya no alcanzan.
Participar para que el mapa no se dibuje solo
La convocatoria a charlas abiertas aparece, en ese marco, como un intento de que el nuevo Plan Director no sea un documento escrito entre pocos. Para el municipio, el desafío es traducir los aportes ciudadanos en criterios claros sobre uso del suelo, densidades, corredores verdes, áreas productivas, movilidad y protección de bordes sensibles como la costa del Salado o la laguna Juan de Garay. Para los vecinos, la oportunidad es discutir algo que suele darse por hecho: qué barrios se consolidan, cuáles necesitan obras urgentes, dónde conviene crecer y qué se preserva antes de que sea tarde.
En un escenario donde muchas ciudades del país se expanden por impulsos del mercado y decisiones fragmentadas, Santo Tomé intenta correrse de la lógica del “después vemos”. La reforma del Plan Director no resolverá de un día para otro los baches, los problemas de agua o los anegamientos, pero puede fijar un rumbo y un orden de prioridades que hoy faltan.
Que esa hoja de ruta surja de una discusión pública en la Vieja Usina —un edificio que condensa pasado industrial y presente cultural— no es un dato menor. Si el proceso logra sostenerse en el tiempo y traducirse en normas aplicables, la ciudad habrá dado un paso poco frecuente: pensar su futuro antes de que el crecimiento termine de decidirlo por ella.


