Lo que empezó como un pasatiempo individual se transformó en un gesto colectivo que desafía viejos mandatos. En Santa Fe, cada vez más hombres se animan a tejer, no sólo por el placer de crear con las manos, sino como un acto simbólico que deshace, hilo a hilo, los estereotipos de género.
En distintos puntos de la ciudad, grupos de varones se reúnen para compartir técnicas, experiencias y reflexiones. Las agujas, que por años fueron sinónimo de lo femenino, ahora sirven también para construir otra idea de masculinidad: una que no teme mostrarse sensible, cuidadosa ni creativa.
El fenómeno no es exclusivo de Santa Fe. En Buenos Aires, Rosario y Córdoba existen movimientos similares. Incluso, en 2019, un grupo de hombres tejedores marchó en la Semana del Orgullo con sus propios diseños como forma de visibilización.
Más allá del gesto, el trasfondo es potente: cuestionar la rigidez de los modelos que enseñaron que “un hombre no llora”, que no se sienta a coser, que no borda. Y al hacerlo, dar lugar a infancias más libres, a vínculos más igualitarios y a una sociedad más diversa.
