La mañana era clara. Eran pasadas las 10 cuando el silencio administrativo de una oficina en calle 25 de Mayo al 3400 se vio quebrado por la irrupción de un hombre armado. No hubo gritos. Solo un movimiento rápido, calculado. Maniató a un jubilado de 87 años, revisó la oficina con precisión quirúrgica y se llevó seis millones de pesos. Salió por la misma puerta por la que entró, sin apuro. Nadie lo detuvo.
La víctima, propietario de varias unidades de alquiler, había reunido el dinero tras días de cobros. Era su rutina. Su capital líquido. En pleno barrio Recoleta, a metros del bulevar Pellegrini y bajo el sol del viernes, se convirtió en blanco fácil de un robo que parece más que una casualidad: parece una ejecución.
“El hombre estaba solo, maniatado y sin posibilidad de pedir auxilio. Logró zafarse como pudo”, explicaron fuentes policiales a este medio. Fue un vecino quien lo escuchó. Fue el 911 quien respondió. Y fue el SIES 107 quien lo revisó, sin necesidad de hospitalización. El cuerpo intacto. La seguridad, no tanto.
La escena ahora depende de los ojos de las cámaras. Los investigadores esperan que el circuito de videovigilancia público y privado ofrezca más certezas que sombras. En la cuadra abundan los dispositivos, aunque aún no está claro si alguno captó al agresor entrando o saliendo.
“Creemos que no actuó al azar. Sabía a quién buscaba, qué buscaba y cuándo hacerlo”, confió un funcionario que participa en la pesquisa.
La imagen de un anciano atado por un desconocido armado, en el corazón de una de las zonas más transitadas de Santa Fe, vuelve a poner el foco sobre una paradoja urbana: se puede vivir rodeado de cámaras, pero sentirse completamente desprotegido.
Mientras tanto, el hombre de 87 años permanece en su casa. No solo con un susto encima. También con una certeza silenciosa: alguien más sabía exactamente dónde estaba el dinero.