La violencia que atraviesa a Rosario dio un salto simbólico. En horas de la tarde, una moto se detuvo frente al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA) y sus ocupantes dispararon contra la fachada. No hubo víctimas, pero los impactos en el frente del edificio confirmaron un hecho inédito: ni los hospitales están fuera del mapa de amenazas del crimen organizado.
El ataque ocurrió pocas horas después de que Dylan Cantero, hijo de uno de los fundadores de la banda Los Monos, recibiera el alta médica tras haber sido baleado el día anterior en barrio La Granada, al sur de la ciudad. Cantero, de 21 años, había sido atendido en el mismo hospital y salió caminando esa mañana.
Fuentes del Ministerio de Seguridad provincial informaron que la atención en el nosocomio no se interrumpió, aunque se restringieron temporalmente las visitas y se reforzó la presencia policial. Los investigadores no descartan que el ataque haya sido una intimidación directa contra el sistema de salud, usado en las últimas semanas como escenario de mensajes mafiosos.
El HECA es el principal centro de emergencias del sur de Santa Fe y, en los últimos años, su guardia se convirtió en un punto crítico del conflicto urbano: allí confluyen víctimas, sospechosos y familiares de grupos enfrentados. La balacera de este jueves expone el nivel de deterioro institucional y la pérdida de límites del poder criminal.
Mientras la investigación avanza, una pregunta queda abierta: ¿cómo se reconstruye autoridad en una ciudad donde ni los hospitales —espacios pensados para salvar vidas— logran quedar fuera de la lógica de la violencia?