La madrugada de Navidad dejó un nuevo homicidio en la ciudad de Santa Fe. Un joven de 23 años fue asesinado a balazos en barrio Acería, en la zona noroeste de la capital provincial, detrás del nuevo Hospital Iturraspe. El crimen ocurrió en un contexto cotidiano, sin enfrentamientos previos visibles, y volvió a poner en primer plano la persistencia de la violencia armada en espacios barriales.
Según la información oficial, la víctima fue trasladada de urgencia al Hospital Iturraspe por familiares y amigos, luego de haber recibido al menos dos disparos. Ingresó en estado crítico y falleció minutos después, pese a los intentos médicos por estabilizarlo. Las heridas, una en el rostro y otra en el tórax, resultaron letales.
El hecho se produjo en inmediaciones de El Alero del barrio Acería, donde un grupo de jóvenes se encontraba reunido. De acuerdo con los primeros testimonios incorporados a la investigación, una motocicleta con dos ocupantes pasó por el lugar y abrió fuego sin mediar palabra. Tras los disparos, los atacantes se dieron a la fuga.
La causa quedó en manos del fiscal de Homicidios Estanislao Giavedoni, quien dispuso peritajes en la escena, relevamiento de cámaras de la zona y la toma de declaraciones para intentar reconstruir la secuencia y determinar el móvil del ataque. Por el momento, no se informó sobre personas detenidas ni hipótesis firmes.
El crimen se suma a una serie de episodios violentos registrados en los últimos meses en distintos barrios de la ciudad, muchos de ellos concentrados en horarios nocturnos y en contextos de reuniones informales. La cercanía del hecho con un hospital de referencia y con un dispositivo comunitario refuerza una pregunta que se repite: cómo y por qué la violencia logra colarse en espacios que, en teoría, deberían funcionar como ámbitos de cuidado y contención.
Mientras avanza la investigación judicial, el homicidio vuelve a dejar al descubierto una escena conocida en Santa Fe: jóvenes expuestos, armas que circulan con facilidad y respuestas estatales que llegan siempre después del disparo. La acumulación de estos hechos no solo engrosa estadísticas, sino que erosiona la vida cotidiana de barrios enteros que conviven con una amenaza cada vez menos excepcional.


