La revolución digital transformó nuestra relación con la información. Hoy, millones de personas consultan redes sociales antes de acudir a una consulta médica. En ese universo, lo que se presenta como consejo de salud puede convertirse en una trampa. Un estudio reciente de JAMA Network Open reveló que el 85 % de las publicaciones sobre pruebas médicas en redes contienen información inexacta o directamente riesgosa. El problema dejó de ser anecdótico: es estructural y afecta a la salud pública.
Los consejos sin evidencia científica no son nuevos. Pero las redes multiplicaron su alcance a velocidades inéditas. Influencers con millones de seguidores difunden indicaciones sobre pruebas diagnósticas y tratamientos sin advertir sobre sus riesgos ni mostrar respaldo profesional. Según el informe, de 982 publicaciones analizadas en Instagram y TikTok, solo el 15 % mencionaba posibles efectos adversos. El resto, pura promoción.
La consecuencia más visible es el sobrediagnóstico: pruebas innecesarias que generan ansiedad, gastos y a veces tratamientos innecesarios. Pero hay una dimensión más profunda. Cuando la salud se convierte en contenido, el riesgo no es solo la información errónea: es la confusión entre evidencia y espectáculo, entre medicina y marketing.
Un mercado sin control
Detrás de muchas publicaciones hay dinero. Más de dos tercios de los influencers analizados recibieron pagos por promocionar estudios o productos médicos. Solo el 6 % incluyó evidencia científica real que respaldara sus afirmaciones. El resto, publicidad disfrazada de experiencia personal. En ese terreno difuso, se popularizan prácticas sin validación, como los test del microbioma o estudios de detección precoz de cáncer aplicados a personas sanas, sin indicación médica.
La falta de regulación es parte del problema. No hay protocolos claros para evaluar ni sancionar contenidos falsos sobre salud en redes. Mientras tanto, quienes más lo necesitan —jóvenes, personas con enfermedades crónicas, adultos mayores— quedan expuestos a consejos persuasivos pero sin sustento.
Cómo protegerse (y proteger a otros)
La alfabetización mediática es hoy una herramienta sanitaria. Para enfrentar la desinformación, estas cinco prácticas son clave:
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Verificar la fuente: chequear si quien ofrece el consejo tiene formación médica.
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Analizar críticamente: dudar de todo lo que suene absoluto o milagroso.
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Consultar fuentes oficiales: organismos como la OMS o el Ministerio de Salud son referencia.
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Pensar antes de compartir: difundir sin chequear también es parte del problema.
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Ejercitar el pensamiento crítico: existen herramientas lúdicas como Spot the Troll que entrenan la detección de contenidos engañosos.
El impacto colectivo
La desinformación médica no solo confunde. Genera decisiones erradas, abandono de tratamientos eficaces y presión sobre los sistemas de salud. La pandemia de COVID-19 fue un ejemplo brutal: las teorías conspirativas y los falsos remedios circularon más rápido que el virus.
El desafío es multidimensional. Plataformas, gobiernos, profesionales de la salud y usuarios deben asumir su parte. Las redes sociales deben ir más allá de los parches: necesitan políticas de verificación estrictas, algoritmos que prioricen información confiable y alianzas con entidades científicas.
Porque en tiempos donde un video viral puede valer más que una consulta médica, no alcanza con tener razón: hay que construir confianza, educación y comunidad. No todo lo que se lee en redes es cierto. Y en salud, lo que está en juego no es la reputación de una cuenta, sino la vida de las personas.