El Banco Central confirmó en su último informe que la morosidad en los créditos al consumo alcanzó en agosto el 6,6 %, el nivel más alto en 15 años. La cifra, que representa un aumento de 0,9 puntos respecto de julio, es más que un dato técnico: refleja el deterioro sostenido del poder de pago de las familias argentinas.
El contexto combina tres factores que actúan como un mismo peso sobre los hogares: tasas bancarias altísimas, salarios rezagados y pérdida de empleo formal. Con la inflación todavía en niveles altos y el crédito prácticamente inaccesible, miles de personas recurren a tarjetas para cubrir gastos cotidianos y luego enfrentan cuotas imposibles de sostener.
La tendencia no es nueva. Desde fines de 2024 la mora sube mes a mes y muestra una economía que sigue ajustando desde abajo: el crédito dejó de ser una herramienta de desarrollo y se volvió un síntoma de supervivencia. Los bancos registran cada vez más refinanciaciones, acuerdos de pago y cancelaciones parciales, mientras el consumo interno se estanca.
Las empresas también sienten el impacto. Su morosidad trepó al 1,4 %, la más alta desde 2024. Los adelantos en cuenta corriente, claves para la liquidez, pagan hoy una Tasa Nominal Anual del 191 % (equivalente a una Tasa Efectiva Anual del 551 %). Aun con una inflación esperada del 25 %, el costo real del dinero supera el 440 % anual. En ese escenario, un crédito comercial puede duplicarse en apenas cuatro meses.
El dato resume la tensión estructural de esta etapa: endeudarse ya no significa crecer, sino resistir. La morosidad récord no es solo una estadística financiera; es el espejo de una sociedad que se queda sin margen para cumplir, y de un sistema que, lejos de acompañar, sigue cobrando por el esfuerzo.