En la administración pública santafesina, la urgencia dejó de ser una excepción para convertirse en método. Todo llega marcado como inmediato, impostergable, crítico. El problema es que cuando cada tema exige atención absoluta, ninguno logra construir sentido ni continuidad. La política se mueve, pero no avanza.
Este corrimiento afecta de manera directa a quienes dependen de decisiones estatales previsibles: trabajadores públicos, organizaciones sociales, sectores productivos y municipios. No se trata de grandes anuncios incumplidos, sino de una cadena diaria de respuestas parciales, reprogramaciones y prioridades que cambian sin explicación. El resultado es una gestión que actúa mucho y ordena poco.
En los últimos meses, la agenda oficial se estructuró a partir de estímulos externos: conflictos sectoriales, episodios de seguridad, picos de tensión en redes o reclamos que escalan mediáticamente. Cada episodio desplaza al anterior antes de consolidarse. Así, políticas que requieren tiempo —educación, salud, infraestructura, empleo— quedan sometidas a una lógica de parcheo que no acumula resultados.
Hacia adentro del Estado, esta dinámica tiene costos concretos. Equipos técnicos que trabajan sin horizonte claro, funcionarios obligados a responder sin margen de planificación y áreas enteras reorientadas semana a semana. La urgencia permanente no acelera: desgasta. Y ese desgaste se traduce en errores, demoras y una creciente desconexión entre decisión y ejecución.
La dimensión política del problema es más profunda. Gobernar supone jerarquizar, elegir qué va primero y sostenerlo aun cuando el clima sea adverso. Cuando todo se presenta como prioritario, la señal que recibe la sociedad es otra: falta de criterio, temor al costo político inmediato o incapacidad para explicar decisiones. La urgencia, en ese marco, funciona como refugio.
Santa Fe no enfrenta un exceso de problemas nuevos, sino una dificultad para ordenar los existentes. Recuperar la noción de prioridad —decir qué se hará ahora, qué después y por qué— es una condición básica para reconstruir confianza. Sin ese gesto, la política seguirá corriendo detrás de los hechos, ocupada en apagar fuegos que nunca dejan lugar para pensar el mapa completo.


