La nota publicada por Aire de Santa Fe el 5 de abril de 2025, firmada por José Curiotto, desnuda un costado poco visible del poder en Santa Fe: el de quienes no necesitan un cargo público para influir en las decisiones que afectan a toda una provincia. El protagonista es Nahuel Caputto, empresario, heredero, accionista mayoritario del diario El Litoral y ahora, investigado por la Justicia Federal en el marco del escandaloso “Caso Vaudagna”.
Según la información publicada, Caputto habría recibido asistencia directa del exjefe de la AFIP Regional Santa Fe, Carlos Vaudagna, para evitar inspecciones y trámites fiscales que afectaban sus intereses. El mismo Vaudagna, hoy imputado y “arrepentido” en el marco de una causa de dimensiones nacionales, lo ubicó como uno de los empresarios que se beneficiaban de favores a cambio de silencio o favores futuros.
La nota no hace más que confirmar lo que muchos intuyen y pocos se animan a decir: que detrás de ciertos medios de comunicación hay estructuras de poder tan sólidas como opacas, capaces de operar en las sombras con una eficacia que ningún funcionario electo podría igualar.
La historia de Caputto con El Litoral es un caso testigo. Llegó en 2016 como salvador económico cuando el diario estaba en crisis. Compró acciones, tomó control, reestructuró, y rápidamente se transformó en mucho más que un editor: en un jugador político sin cargo, pero con micrófono propio. Hoy, ese poder mediático aparece citado en una causa judicial por presunto encubrimiento o complicidad con prácticas ilegales.
La pregunta es inevitable: ¿puede un medio de comunicación ejercer presión, condicionar gobiernos o extorsionar silencios desde una tapa o desde la omisión? ¿Qué pasa cuando la prensa deja de ser control del poder y se convierte en una parte activa de él?
Caputto no es solo un empresario ni solo el dueño de un diario. Es un emblema de cómo se construyen zonas de impunidad cuando el periodismo se convierte en herramienta para negocios personales o escudos ante la justicia. Y en ese contexto, el silencio editorial sobre los temas que lo involucran —cuando no la omisión intencionada— es tan revelador como una primera plana.
La nota de Aire de Santa Fe marca un punto de inflexión. Porque en un ecosistema mediático donde muchos callan por conveniencia o temor, publicar esta información es, en sí mismo, un acto político. Deja en evidencia que hay medios que eligen correr riesgos para decir lo que otros prefieren esconder.
Y también deja una reflexión necesaria: cuando los medios de comunicación están en manos de actores con intereses cruzados, ya no informan: negocian. Lo que publican, lo que callan, lo que destacan y lo que borran, todo responde a un juego mayor.
En tiempos donde la transparencia se convierte en bandera vacía para muchos, el periodismo tiene la obligación de mirarse al espejo. Y preguntarse si está para incomodar al poder… o para protegerlo desde adentro.